De nombre Siddharta Gautama, nació cerca de las montañas del Tibet en La India en el siglo V a.C., como príncipe de un clan de esta zona. Al poco de nacer su padre, que era rey, llamó a un reconocido sabio a que profetizara sobre la vida del joven príncipe. Así, presagió que el príncipe sería un gran rey y guerrero o, por el contrario, sería un gran maestro espiritual. Ante esta disyuntiva, el rey resolvió que debería mantener al príncipe alejado de todo sufrimiento mundano, a fin de que no le embargaran las dudas que pudieran conducirle a la espiritualidad. De esta manera colmó todos sus deseos en palacio, manteniéndole ignorante al sufrimiento fuera de éste.
Así vivió Siddharta sus primeros 29 años, regocijado en el placer y la abundancia que le suministraba su padre, incluso se casó y obtuvo descendencia. Pero una poderosa llamada en su interior le produjo la necesidad de salir de los límites del palacio y explorar nuevas experiencias. Así, pidió permiso al rey para hacerlo. El rey lo preparó todo para que las calles se presentaran impolutas y engalanadas a fin de que el príncipe siguiera viviendo su particular "sueño".
Sin embargo, Siddharta observó más allá de lo que había establecido su padre, y por primera vez contempló la enfermedad, la decrepitud y la muerte. Esto supuso un shock que le compungió sobremanera. Ya desde este momento jamás sería el mismo. Tras volver a palacio, las preguntas le bombardeaban su cabeza y todo el circo que había montado su padre de manera sobreprotectora caía con estruendo a los pies del príncipe.
Tras pasar un período de dudas, decidió que debía partir, abandonarlo todo y experimentar la vida. Había resuelto que debía conocer el misterio de la muerte. Y así partió de palacio, renunciando al placer y la abundancia, e iniciando la búsqueda. El príncipe ataviado con hermosas vestiduras, se cruzó con un mendigo e intercambió su atuendo con éste. Aquí comienza un hermoso y accidentado periplo aventurero en búsqueda de la libertad.
El príncipe se convirtió en mendigo, y como tal se dirigió a la búsqueda de la sabiduría que le liberara de aquella decrepitud que había observado y que le había impactado profundamente. Durante años se sometió a la doctrina de distintos maestros que le iniciaron en la práctica de la meditación y del ascetismo extremo. Deambuló durante años de un maestro a otro, pero siempre sin obtener satisfacción a ese irrefrenable estímulo interno que le imbuía a seguir buscando de manera incansable.
En una de sus últimas prácticas de ascetismo extremo, en las que permanecía meditando sin alimentarse durante días, y presentando un estado lamentable que le acercaba a las fauces de la muerte, escuchó entonces las palabras de un maestro músico que explicaba a una niña como debían estar las cuerdas de una cítara para que los acordes musicales fueran perfectos. Pues bien, si las cuerdas del instrumento se presentan muy tensas entonces se romperían, y si están muy flojas no sonarían.
En ese preciso instante, Siddharta comprendió que la práctica ascética que venía practicando era demasiado rígida, y corría riesgo de que se rompiera como las cuerdas de la cítara. De igual manera, su anterior vida principesca llena de placeres que satisfacían todos sus placeres, era igualmente extrema pero en el otro sentido. Entonces entendió que los caminos que había emprendido eran erróneos. El verdadero y único camino hacia la armonía era el camino del medio, lejos de los extremos inquietantes.
Y fue entonces que se levantó y se alimentó recobrando fuerzas y vigor en su maltrecho cuerpo. Tras haberse recuperado, se dirigió a la orilla de un río y a la sombra de un árbol se abandonó a la meditación, de manera que comprendió que la búsqueda había finalizado, pues aquello que buscaba bajo doctrinas extremas no le conducirían a la Verdad (Dharma).
Durante esta meditación contemplativa, Siddharta atravesó por distintos estadios vibratorios, donde la mente ilusionista y esclavizadora (Mara) de este mundo le sometió a todo tipo de pruebas. Sin embargo, Siddharta no reaccionaba ante estos ataques desesperados de Mara. Y así, la ilusión del mundo terreno fue dando paso a la Realidad del espíritu eterno. Los pensamientos se ausentaron, las dudas se disolvieron, la autoconsciencia se manifestó por fin. Ya no era Siddharta, se había convertido en un despierto o iluminado (Buda).
Nuestro amado maestro Buda establece las bases del buscador, el es la suprema excelencia en la búsqueda de la Virtud. El dharma se encuentra en el camino medio de la renunciación a los extremos dominantes vibratorios de este mundo terreno. Establece un camino medio como fuente única de liberación en todos nuestros hábitos. Ni mucho ni poco, ni blanco ni negro,disolvamos la dualidad aparentemente manifiesta de este mundo; establezcámonos con la atención de un testigo desapegado del juego de la vida.
Hermoso es el camino medio, es simple y está ahí, bien definido para el buscador. Buda se vence a sí mismo y disuelve el poder de la mente de manera definitiva, creando una brecha vibratoria en este mundo que servirá para que otros sigan sus pasos. Desde ese momento la mente estará al servicio del espíritu y no al contrario. Buda desde la entrega y la no-lucha o renunciación contemplativa nos muestra el camino medio para establecer la armonía en nuestras vidas y trascender la carne para siempre.
Debo reseñar algunas frases del maestro Buda que me parecen dignas de mención, y que no merecen de mayor explicación:
"Al que vive aferrado al placer, con los sentidos irrefrenados, sin moderación en la comida, indolente, inactivo, a ese Mara lo derriba, como el viento derriba a un árbol débil".
"El ignorante es indulgente con la atención, el hombre sabio custodia la atención como el mayor tesoro".
"Larga es la noche para aquel que está despierto. Largo es el camino para el viajero cansado. Larga es la existencia repetida para los necios que no conocen la enseñanza sublime".
"Si uno percibe el mundo como una burbuja de espuma y como un espejismo, a ese no le ve el dios de la muerte".
"Refrenar el ojo es bueno. Refrenar el oído es bueno. Refrenar la nariz es bueno. Refrenar la lengua es bueno".
"El insensato que reconoce su insensatez es un sabio. Pero un insensato que se cree sabio es, en verdad, un insensato".
"Nunca he conocido a alguien tan ignorante del que no pudiera aprender algo".
"La máxima victoria es la que se gana sobre uno mismo".
"Para enseñar a los demás, primero tendrás que hacer algo muy duro: has de enderezarte a ti mismo".
"El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional".
"El odio no disminuye con el odio. El odio disminuye con el amor".
Apliquémonos en la práctica de la meditación y establezcamos hábitos de moderación en nuestra vida. El maestro Buda nos ha dejado las consignas necesarias para que la armonía nos embargue de dentro hacia afuera. Enderecemos el árbol de la atención dispersa y las conductas impropias y entreguémonos al Dharma.
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