En toda observación mental se establece una dualidad que hace que la Realidad espiritual como tal quede absolutamente desvirtuada, donde todo lo creado se identifica como bueno o, por el contrario, malo. Así, desde la limitada óptica mental, se establecen estructuras y leyes que delimitan ambos mundos como intransigentes los unos con los otros.
Pero lo cierto es, hermanos míos, que ni la bondad ni la maldad son realidades cuntificables, caminos identificables o metas alcanzables. Ni ángeles ni demonios son propietarios en modo alguno de unas u otras esferas. Sí, cierto es que bien y mal son estados absolutamente complementarios en todo proceso de aprendizaje. Lo uno va de la mano de lo otro, pero ni unos son buenos ni otros son malos.
El que aún tiene limitado su campo de visión para la comprensión de los acontecimientos vibratorios que se vienen sucediendo en nosotros y alrededor nuestro, ve y, automáticamente, establece mentalmente juicios de valor que desvirtúan totalmente la Realidad.
El bien y el mal se suceden entre sí como parte de un Todo absolutamente preciso y perfecto, donde todas las partes son absolutamente necesarias y preciosas. Nada de lo que acontezca en la Creación debe ser despreciado por el Sabio Maestro que ha despertado de la ignorancia de la mente.
Cuando despertamos a la paz mental, entonces el espíritu se ve capaz, por fin, de escrutar la Realidad para así, ser consciente de la misma. Todos somos hermanos indivisibles en un Todo excelso e inescrutable.
Sin embargo, la inmensa mayoría de la humanidad encarnada o desencarnada vive aún sujeta a los pares de opuestos, cielo e infierno, ángeles y demonios, bien y mal. Para ser libres y entender el funcionamiento de nuestro propio ser y, por ende, de todo aquello que nos rodea, debemos meditar contemplativamente ausentándonos de todo juicio de valor ante el devenir de los acontecimientos.
El Sabio que despierta, observa y, con ello, aprende sin que su mente le perturbe en modo alguno. La Realidad es la certeza que se esconde tras la mente y, sin embargo, para ser consciente de la misma se la debe obviar.
Nadie es más importante que el resto y mucho menos mejor o peor, tan sólo somos lo que somos en cada momento como resultado de un cúmulo de interacciones vibratorias que producen tal efecto pasajero. Pero no somos esto en modo alguno, lo que somos es el conjunto de todo aquello que fuimos y que ahora se ve reflejado.
Con el cambio de nuestras acciones, modificamos nuestro reflejo. Somos lo que hemos sembrado. Pero para ser conscientes de ello sin recurrir a la mente, debemos someternos al rigor paciente y constante de la meditación contemplativa, donde a través de la observación arreactiva incoamos nuevos horizontes de Realidad.
Observe sin friccionar, déjese llevar, no espere resultados algunos, tan sólo láncese al Rio de la vida espriritual que fluye en la Creación para que este le muestre El Camino...