La paz sea con todos hermanos...
Para la inmensa mayoría de ustedes la vida pasa de largo como un torbellino de intensidades y desenfreno donde las injusticias campan con alegría por doquier. Sin embargo, ustedes creen ver pero no ven, creen entender pero no entienden, creen vivir pero no viven.
La Realidad es bien distinta, pues las apariencias han hecho de la humanidad una certeza que no es tal... una vida que no es tal...¿Y se preguntarán, cual es la Verdad y cómo identificarla entre tanta apariencia?. La respuesta está en la vivencia interior de cada uno, en la entrega, en la contemplación ajena a los sentidos mundanos que los obsecan y confunden sobremanera.
Para mirar y comprender, primero se debe redirigir la atención hacia el interior para contemplar la Realidad de la vida espiritual. Todos somos parte de un Todo indivisible, y sólo desde el reconocimiento interior seremos capaces de alcanzar la destreza suficiente como para interpretar con rigor aquello que nos rodea, que por otra parte, es un fiel reflejo de nuestra propia naturaleza espiritual.
Los males que observamos no son tales, las injusticias que despreciamos no son tales. Pues para el que se ha encontrado a sí mismo queda libre de las apariencias vibratorias que confunden el ánimo y perturban la lucidez del espíritu para observar la Verdad.
La Verdad no es otra que la perfecta consonancia vibratoria entre los distintos sujetos que conforman la Creación, y más allá de todo esto todo carece de importancia por inconsistente. Aprenda a observar desde la quietud que le garantiza la observación como testigo desapegado de todo cuanto aparentemente parece acontecer a su alrededor. La vida no es la Vida. Sólo desde la meditación contemplativa podrá usted encontrarse con su propia Realidad, que es la de todos.
Nadie está por encima del resto, y aunque las apariencias así se lo transmitan, tenga presente que cuando usted se sumerja en la quietud mental que le brindará la práctica contemplativa de manera asidua, la visión de la vida carnal se disolverá como la niebla con los primeros rayos del Sol.
El Sabio sólo será tal cuando se encuentre a sí mismo entre la espesura de la vida carnal. La sabiduría brota de la quietud mental que sucede a la práctica contemplativa areactiva. No obstante, el Sabio nunca se reconocerá como tal, sino como uno más entre la inmensidad de la Creación. El Sabio se distingue del sabio en que entiende que la sabiduría no es un bien propio, y que, por tanto, no podrá obtener refrendo por tales conocimientos, ya que los ha obtenido de la Fuente.
Aprenda a distinguir entre el Sabio desinteresado y entregado que no busca gloria ni riquezas, y el sabio mundano que aún vive presa del reconocimiento y la gloria de este mundo carnal que no es más que una apariencia. Sea inteligente, y sumérjase en su propio templo interior, ríndase a sí mismo y contemple cuanto acontezca sin esperar nada... sólo observe...no reaccione...deje hacer... sin más...
Sea de una vez consciente de que todo cuanto ha venido observando a través de los sentidos físicos o de la interpretación mental, no es más que un mundo de apariencias, una vida de apariencias, y es tiempo de despertar a la Realidad. Esa no es la Vida, pues esta es bien distinta. Pero entienda que sólo a través de la libertad que le brindará la práctica contemplativa podrá usted despertar a la Vida eterna.
Para despertar no necesita más que la atención desinteresada en la práctica de la meditación contemplativa. Observe sin reaccionar, que el resto le será revelado por añadidura. Esta es la Verdad, nada queda oculto para el que se encuentra a sí mismo.
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