Se suele decir que las circunstancias modelan el carácter del individuo, pero lo cierto es que este viene siendo cincelado por un largo discurrir de las mismas a lo largo de un más o menos extenso periplo de encarnaciones sucesivas con sus correspondientes recesos ajenos a la carne.
Como espíritus que somos vamos adquiriendo conocimientos fruto del discurrir vibratorio que se deriva de las distintas pruebas a las que nos sometemos en muchas y variadas circunstancias. Estas, sin duda, nos enriquecen para seguir el Camino de aprendizaje.
Todo discurre para evolucionar, por más que nuestra mente interprete lo contrario, o siquiera un leve estancamiento, la verdad es que esto nunca se produce. La Creación como conjunto vibratorio del que somos parte ineludible, prosigue con paso firme en un único sentido, y este no es otro que el de la evolución.
Debemos velar porque nuestro espíritu encuentre su propio Camino, establecido por otra parte, en el receso que precede a una reencarnación. Para ello debemos concienciarnos de lo que somos dentro de un vasto contingente de Realidad espiritual. Ni somos más ni menos importantes que el resto dentro del conjunto, pero si preciosos para que el discurrir del conjunto no sufra mella alguna.
Consciencia se deriva de conocimiento de nuestra propia Realidad existencial, y esto se produce cuando despertamos del letargo mental y emocional para reconocernos por entre la espesa maraña de la ilusión carnal. Ni somos este cuerpo, ni estos condicionamientos mentales, ni estas emociones que por momentos pueden embargarnos, ¡no!, más allá de todo esto se encuentra la Verdad.
La Verdad ni está lejos ni está cerca, ni desde luego se trata de una quimera, lo cierto es que la misma se halla en nuestro interior, en lo más profundo de nuestro Ser. Esta no se conoce por otros, tampoco se la puede poseer. De hecho, los sabios que se han liberado de la ilusión para alcanzar el divino tesoro, la observan, la reconocen, pero no la toman para sí mismos, sino que la veneran bajo el silencio del despertar a la Vida.
La Vida obedece al despertar por el conocimiento de la Verdad, es cuando el Sabio, fruto de su constante y desinteresado periplo contemplativo, abre por fin los ojos para observar la Realidad. Es entonces que la Luz del entendimiento le alcanza para no abandonarle más. Estará listo entonces para abandonar la rueda de la vida carnal y, disponerse a otros menesteres de mayor calado vibratorio.
Existen muchos mundos con distintos y variados estadios vibratorios, que son apropiados para que distintos espíritus vayan tomando carne a propósito del discurrir evolutivo. No obviemos esta realidad, todo el universo es mental y ha sido dispuesto como una ilusión necesaria como campo de pruebas para que podamos evolucionar. Ahora bien, cuando el conocimiento se nos revela, el espíritu debe proseguir por otros lares lejos de esta irrealidad tan necesaria como ciertamente ilusoria.
Por esto, como espíritus debemos identificar el Camino, que nos conduzca a la Verdad para así ganar la Vida. Esto ineludiblemente nos hará abrazar la Luz del despertar espiritual. Meditemos para ello contemplando apaciblemente las energías que nos rodean. Seamos capaces de observar como nuestro espíritu se mueve por entre éstas, pero eso sí, no reaccionemos ante estos estímulos, que por otra parte no obedecen a Realidad alguna.
Para los menos avezados, empecemos por identificar el Camino por entre innumerables alternativas prestas a confundirnos como parte de la ilusión mental de este mundo. Meditemos contemplativamente como observadores desapegados y entregados, que antes o después, todo se andará. Esté seguro de ello.