Cada uno de nosotros formamos parte indivisible de una Realidad espiritual que subyace a toda apariencia corporal o mental. Más allá de la pobre visión de una vida que empieza y termina con la experiencia física, subyace, que no escondida, la Verdad de la Creación.
Todo es energía en continuo movimiento, donde distintos focos vibratorios interactúan con el fin del crecimiento evolutivo. Cada uno de nosotros somos un foco de vibraciones con un color especial que nos diferencia del resto. Así, toda la Creación se compone de un vasto y extenso sin fin de focos espirituales que se afanan en el crecimiento evolutivo.
Ocurre por lo común que la mayoría vive ajeno a esta Realidad, y son presa de las apariencias mentales y de los estereotipos creados por un conjunto de focos de color vibratorio semejante, que se suman para originar poderosas tendencias energéticas.
Se hace necesaria una vista hacia adentro, hacia donde somos en Realidad más allá de toda imagen mental. El individuo aunque parezca lo contrario progresa cada día de su existencia carnal, puesto que todo en la Creación está en continuo crecimiento evolutivo.
No debemos pararnos ante las aparentes injusticias que se producen por doquier, puesto que sólo un espíritu despierto al conjunto de interacciones pretéritas que se han desarrollado previo acontecimiento a juzgar, estará en disposición para entender el por qué de la situación en cuestión.
No se puede juzgar con coherencia espiritual sino se tienen en cuenta las acciones pretéritas de los individuos implicados en el hecho a juzgar. Por tanto, no se está en disposición de juzgar sin correr el riesgo de equivocarse. Debemos sólo contemplar desde una actitud de testigo desapegado de lo que aparentemente acontece a nuestro alrededor.
Seamos testigos y no jueces, pongamos disposición y atención en nuestra Realidad espiritual, y tengamos la suficiente fe como para entregarnos a la corriente vibratoria del Río de la Vida por donde discurren las vibraciones de evolución y concordia espiritual.
Nada sucede al azar o por casualidad, pues todas las aguas vibratorias de la Creación siguen un cauce justo y firme. Y es en estas aguas que debemos lanzarnos con fe para que todo discurra con naturalidad y espontaneidad.
El que observa en actitud contemplativa sin involucrarse en las acciones que discurren en la vida carnal, comienza a liberarse de las mismas. Es el momento de interpretar con libertad, y no juzgar bajo el yugo de la mente manipuladora y adulterante.
La Verdad es un bien común a todo espíritu que despierta del yugo de la mente. No está lejos, tampoco cerca, más si observas desinteresadamente te saldrá al paso en el Camino. Así, sólo disposición y entrega llevarás de compañeros de viaje por el propósito del despertar a la vida eterna.
El que despierta entiende que la Verdad es silenciosa, y lejos queda de aquellos que se autoproclaman como maestros de masas.
El que despierta ya se conoce y por ende conoce a todos sus hermanos como partes indivisibles, y lejos queda del maestro que se encumbra como divino sometiendo a las masas.
El que despierta brilla con el poder del silencio, y lejos queda del maestro que reclama para sí la gloria del conocimiento.
El que despierta abre su corazón sin temor para amar a sus hermanos, y lejos queda del maestro que temeroso del mal que le puedan infligir se recluye en sí mismo.
El que despierta obra sin obrar, y lejos queda del maestro que obra milagros y reclama para sí la gloria de los mismos.
El que despierta ya ha escapado de la pesada carga de la mente, luego ya no pertenece a este mundo. No obstante, prosigue su camino sin llamadas ni reclamos. Es consciente de la Realidad espiritual de la Creación obrando en consecuencia. Nada hace por hacer, pues abandonado al Río de la Vida, la nave de su espíritu avanza firme por donde discurre el poder silencioso de la Verdad.